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Narrativa

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GENTE COMUN. Santos niños
 

Jueves 12 de diciembre de 2019.

A las nueve veintisiete de la noche alguien llamó a la comandancia de la policía para avisar de una pelea en la calle, cerca del mercado conocido como Santo Niño. El dato preciso lo sé porque así quedó asentado en el acta del ministerio público que conoció del caso de lesiones.

Cuando llegó la ambulancia para llevarse a Leoncio, ya un par de policías habían detenido a Federico en el mismo lugar de los hechos y lo tenían custodiado mientras llegaba la “Julia”.

La ciudad empezaba a dormirse. Mientras Leoncio era atendido de sus heridas, Federico rendía su declaración en el ministerio público. La voz del detenido era opaca, poco clara y sin volumen, así que el agente de turno le exigió que hablara fuerte y claro, que no tenía ánimos para adivinar. Después de repetir su nombre y apellidos, dijo ser albañil de 36 años; soltero y con domicilio en el barrio de Capuchinas.

–¡Dígame lo que pasó con su amigo! –exigió el oficial.

–No es mi amigo–dijo.

–¡Bueno pues, cuénteme que pasó, por qué lo navajeó!

Federico tardó unos segundos en responder. Parecía que estaba aclarando su mente o poniendo en orden sus recuerdos. Aseguró el detenido que como a las tres de la tarde llegó a la pulquería que se ubica en la esquina de Nicolás Bravo y Granaditas, a donde va los sábados después de trabajar. Le gusta ir allí porque el “curado de tuna” está “de pocas pulgas”.

–Como a la media hora –siguió en su declaración– entraron varias personas que pidieron pulque, unos para llevar y el amigo… bueno el señor Leoncio, lo pidió natural y se sentó cerca de donde yo estaba. Pasó un rato y yo pedí otra olla de curado y cuando me la llevaron el tipo me preguntó que si estaba bueno el pulque curado y de ahí nos agarramos a la plática hasta que me invitó a su mesa. Seguimos tomando como hasta las seis. Parece que nos caímos bien y lo invité a seguir tomando a mi casa que está cerca. En el camino compramos cervezas y unas botanas y nos fuimos a mi casa. En una de esas que salió de la salita a miar, cuando regresó me dijo que ya se estaba haciendo de noche y que ya se iba. Se metió a la sala, “que por los cigarros”, y se fue medio “pedo”.

--Y ¿por qué lo navajeó? –preguntó el oficial.

--Cuando se fue, yo empecé a recoger el tiradero que hicimos y vi que no estaba mi reloj, así que salí tras el amigo. Yo también iba medio borracho, pero lo alcancé ahí por el mercadito. Le reclamé y él, sin voltear, me lo aventó –dijo haciendo un movimiento sobre su hombro como para ilustrar su dicho—y por poco me pega en la cara. Me dio mucho coraje y saqué la navaja con la que lo “pique” en la cintura, dos veces.

--¿Él no se defendió?

--La verdad no tuvo tiempo. Cuando se volteó más bien se puso las manos en la herida. Ahí llegaron unas personas que pasaban y me agarraron, hasta que llegaron dos policías.

Ya estaba en los “separos” cuando un par de horas más tarde llegó el reporte legista y la declaración ministerial de Leoncio, el herido.

El reporte médico confirmaba las dos heridas a la altura del abdomen, que no ponían en peligro la vida y de la declaración se desprendía que Leoncio era talabartero, también de 36 años; soltero y vecino de la calle Corregidora, casi esquina con Narciso Mendoza. En esencia su declaración coincidía con la de Federico, excepto en la parte final de la historia: durante la tarde le pareció percibir que Federico se acercaba mucho cuando le servía cerveza o cuando le daba fuego para el cigarro. Asegura Leoncio en su declaración que cuando salió a orinar se encontró con Federico en la puerta de la salita y lo quiso besar. Que le dijo “Órale, pues qué traes”. Que Federico le quiso agarrar “sus partes” y que él salió corriendo como pudo, hasta unas calles adelante cuando sintió por la espalda dos navajazos.

© 2019 Rafael Orozco Flores. Creado con Wix.com

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