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Los tiempos que vivimos

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Por la boca muere el pez
 

Lunes 2 de marzo de 2020.

Parece que los políticos de la Cuarta Transformación desprecian el valor de las palabras. Piensan que,,, el poder político que administran les da suficiente para decir cualquier cosa sin que haya consecuencias, positivas o negativas. De manera sostenida, nuestros políticos hacen declaraciones a derecha e izquierda y cuando la realidad los enfrenta, hay un vocero que “traduce” lo que el “presidente quiso decir”, como el caso patético de Vicente Fox.

Las palabras tienen un efecto en la realidad porque de ella parten. Siempre ha sido así. Imaginemos que cuando al primer hombre se le ocurrió que aquella cosa que salía de la tierra y crecía hacia el cielo, con ramas y hojas, se llamara “árbol”, de manera genérica todos los objetos con esas características serían en definitiva “árbol”. De esta manera el individuo podía decir “mi casa es la que está junto al árbol”, y su interlocutor comprendería cabalmente el lugar de residencia de aquel hombre.

Así nació el lenguaje y la comunicación que, en esencia, se mantienen iguales: hay un ser, una persona, que se llama Andrés Manuel López Obrador y al pronunciar esa cuatro palabras todos sabemos que sólo hay una persona en el mundo a quien se designa así: el presidente de los Estados Unidos Mexicanos.

Las teorías de las relaciones públicas aconsejan y sostienen que en las instituciones, al portavoz de la información se le llama “vocero”, sólo que la actual administración federal, que rompe esquemas, no considera estratégico tener esa figura y es el propio presidente el vocero de las políticas públicas que él encabeza, de la política de su propia administración, etc.

Así pues, la dinámica que ha establecido el presidente respecto a la conducción de su gobierno, necesariamente hace escala en las ruedas de prensa en Palacio Nacional. Desde ahí, es innegable que se dicta la agenda no sólo para los medios de comunicación autorizados, sino para el común de la sociedad, para la célula de la política que es el ciudadano. La conversación en el café, en la oficina y en la sobremesa de la familia, inevitablemente pasa por lo que dijo ese día Andrés Manuel (como le llaman sus íntimos).

Desde el primer día de su mandato el presidente habla y el poder de su palabra “es ley”; su palabra tiene el poder de cambiar las cosas: a los medios o ciudadanos que no comulgan con su forma de gobernar, los ha llamado fifís, conservadores, etc., y por su dicho ahora muchos somos fifís o conservadores.

Pero decíamos que la comunicación no puede sustraerse de la realidad. Para muchos es una habilidad del presidente la forma de “comunicar” e imponer la agenda y sostienen que el manejo y uso comunicativo que dio al avión presidencial es digno de alabanza pues la raja política ha sido invaluable.

Sin embargo, hay una realidad de la que poco se habla por estar en el remolino: el efecto real de las palabras presidenciales en la sociedad y en el emisor por antonomasia en México.

Pongo un ejemplo: cuando el emisor por antonomasia dice que no se puede prohibir a los pasajeros de un crucero (con la sospecha de que en él viajan dos personas sospechosas de portar el corona virus) que bajen a tierra firme en México “por humanidad”, porque “sería inhumano”, los medios autorizados (de referencia) exponen los motivos de seguridad por los que NO pueden bajar esas personas, pues, dado el caso podrían poner en riesgo la salud de la población nacional.

Es cierto, pues, que cada declaración presidencial encuentra eco en los medios y en los ciudadanos, pero la respuesta es, en muchos casos, analizar sus palabras y exponer las inconsistencias de sus dichos, su desapego a la realidad, sus confusiones, sus engaños deliberados, etc. A sus aseveraciones se le regresan datos duros y argumentos. Hay hechos incontrovertibles que expuestos por el presidente y académicos, analistas y el público, nos muestran al titular del ejecutivo como un ser que miente (no mentir, no engañar) deliberadamente o, lo que es mucho más grave, por ignorancia.

Ser vocero de la presidencia de un país exige contar como toda una estructura no sólo de comunicadores, sino de especialistas que sirvan de “filtro” a cada una de las palabras de los comunicados que se emitan. Pero ser titular de la institución a la que se representa y a la vez vocero, es un riesgo altísimo y correrlo demanda estar consciente de que cada palabra se convierte en un boomerang que le puede dar en la frente al emisor.

© 2019 Rafael Orozco Flores. Creado con Wix.com

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