Los tiempos que vivimos

El derecho a la sospecha
Lunes 16 de marzo de 2020.
Además de los derechos consagrados en las legislaciones nacional e internacionales, la ciudadanía, a lo largo de los años, ha identificado otros de naturaleza extrajurídica como el “derecho de pataleo” y aprovechando el “sospechosismo”, instaurado por Santiago Creel Miranda, creo que tengo derecho a la sospecha.
Mi incapacidad profesional para valorar signos y síntomas derivados de la conducta, actitudes y desplantes del presidente Andrés Manuel López Obrador no me permiten afirmar de manera contundente e inequívoca que padece alguna enfermedad mental, sin embargo, sospecho que algo anda mal en él.
Este fin de semana causó revuelo el beso que López Obrador propinó a una pequeña de cuatro años. Podrán acusarme de puritano, pero la foto que circuló me alarmó, si tomamos en consideración otras situaciones similares en las que el presidente ha besado a pequeños en la boca y en la mejilla, pero en una actitud y forma impropia de un funcionario de la altura del sujeto de referencia. Zuriel Díaz, padre de la menor, ha salido en defensa del primer mandatario explicando que su hija quiere mucho al presidente y que su expresión fue debido a la multitud de personas que había en rededor. Dice, además, que la foto fue truqueada con Photoshop.
Bajo mi derecho a sospechar, pienso que el padre aquel, admirador de AMLO, acudió con su pequeña de cuatro años, pese a las campañas contra el coronavirus, para saludar al presidente exponiéndola a cualquier tipo de situaciones incluso a un beso lascivo.
Al respecto, Zuriel Díaz salió a defender al presidente diciendo que su hija ama al presidente. Perdón, pero una niña de cuatro años es imposible que tenga la más mínima conciencia de quién es AMLO. Lo que sospecho es que el sujeto recibió una dádiva monetaria para que dijera tal argumentación, carente de toda lógica.
Sospecho también, que tenemos dos presidentes: el citadino de las mañaneras y el rústico de los mítines pueblerinos. Aunque se parecen mucho, su manera de hablar los delata: en las conferencias diarias, cuando se exalta un poco o cuando corrige a sus subalternos, su lenguaje abandona el estratégico hablar telegráfico y habla casi como usted y como yo. Esto, a diferencia de su hablar atropellado y a gritos en los actos multitudinarios en la sierra, en poblaciones relativamente aisladas. Ahí su expresividad verbal es parecida a la de los chachareros de pueblo o los feriantes del “uno más y otro más”. A esto contribuye su lenguaje corporal y facial. En el uno, además de su sonrisa socarrona, sus manos, aunque no están quietas, tienden a ser de movimientos “moderados”, mientras que, en los mítines, siempre lo vemos blandiendo su dedo flamígero y con su rostro lleno de rictus altamente expresivos que denotan furia, enojo y amenazas.
Sospecho que miente, pues dijo que “no metería las manos al fuego por sus hijos, excepto por Jesús” en cuestiones de corrupción, sabemos ahora que, en el primer año de mandato de AMLO, los hijos López Beltrán son prósperos empresarios, sin que el presidente haya declarado tal situación y el evidente conflicto de intereses.
Sospecho que es suicida y temerario. En sus mañaneras no es infrecuente que mencione asuntos altamente “sensibles”, asumiendo posturas muy controversiales, sobre las que la mayoría puede estar en desacuerdo. El tema de la marcha y ausencia de las mujeres la semana pasada, nos muestra esta tendencia suicida (políticamente, desde luego), que se ha reflejado en el grado de aprobación, a la baja, del presidente. Es temerario porque sabe que aún mantiene una población que lo apoya incondicionalmente y que le pasará todo.
Besar a una niña en plena contingencia de salud, no sospecho que sea, sino que ES irresponsable. Por más que he intentado encontrar algún valor a su administración, gana en mí el derecho de la sospecha. Con la honestidad y objetividad de que puedo ser capaz, no encuentro, en estos más de 15 meses de gobierno, una sola acción democráticamente salvable. Lo que no es una sospecha, sino una certeza, es que regalar dinero en las cantidades en que lo hace el presidente Andrés Manuel López Obrador, es una locura.