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Narrativa

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CUATRO CIRIOS. La lección de anatomía.
 

Jueves 19 de marzo de 2020.

Nunca como ahora, la joven Adela tuvo que enfrentar una disyuntiva como la que se le presentaba ese día. Había visto a don Jesús y dudaba si decirlo a su esposa, doña Modesta, era lo mejor, o simplemente callar.
Don Jesús era un alcohólico de San Bartolo, de esos a los que ya no les importa nada. De los que les da lo mismo quedarse inconscientes por los efectos del alcohol en el atrio de la iglesia o en la barandilla de la pequeña cárcel del pueblo, a donde era remitido frecuentemente, no por borracho, sino por "faltas a la moral".
A decir de la mujeres de San Bartolo, de joven fue un hombre apuesto y dedicado a su trabajo en las haciendas cercanas, en donde se empleaba en las labores del campo, desde la siembra hasta la cosecha, además de entrarle sin trabas a la ordeña, la atención de salas de parto de marranas y otras actividades propias de las explotación de la tierra y los animales; sus amigos y conocidos alababan su canto, cuando imitaba a Vicente Fernández o a Juan Gabriel. Sin embargo, con los años se hizo afecto a la bebida y esta adicción se tornó consuetudinaria a la muerte de Remigio, su único hijo, doce años atrás. Quedáronse solos pues él y su esposa y era doña Modesta la que con su trabajo en las casas de San Bartolo, haciendo pequeños encargos o lavando, conseguía un poco de alimento para ambos.
Doña Modesta no sabía cuál era el mejor estado para su marido: si la embriaguez, que le provocaba accesos de delirium tremens, o la sobriedad, que sólo le servía para hacer algunos trabajos menores, juntar un poco de dinero y desaparecer por un tiempo, para regresar, lógicamente, borracho.
Era un círculo interminable del que todos se estaban cansando en el pueblo, al ver las penurias de la mujer. Cuando se le preguntaba a dónde iba tan misteriosamente, don Jesús aseguraba que a Morelia a buscar a su hijo que no había muerto como todo el pueblo aseguraba, sino que trabajaba en una fábrica de gelatinas.
-Ya no se acuerda de su madre ni de mí, el muy desgraciado, pero es nuestro hijo y así mi Modesta y yo lo queremos. Algún día lo encontraré y vendrá a San Bartolo para que todos lo vean y a quedarse con sus padres -solía decir repetidamente como para hacer patente su esfuerzo por reintegrar una familia perdida.
Los periodos de ausencias de don Jesús eran más prolongados y en cada regreso su semblante de tristeza era mayor, como si con estos viajes se convenciera, interiormente, de que la gente tenía razón y que sus búsquedas en la ciudad, eran solamente un pretexto para vivir y para tomar.
Su más reciente travesía ya sobrepasa los nueve meses y aunque la preocupación de doña Modesta era evidente, aseguraba no importarle; que ella estaba segura de que su esposo tenía otra mujer y otro hijo en Morelia y que ya la había abandonado, pero que todo esto no le interesaba.
-Ya vendrá, ya vendrá, y cuando lo tenga enfrente, lo voy a llevar a la sepultura de mi'jo pa' que la vea y se convenza -llegó a decirle a las vecinas-.
No obstante esa aparente certeza y resignación, aprovechaba cualquier circunstancia para encargar su búsqueda cuando sabía que alguien iba con destino de la capital.
De eso fue testigo Adela alguna vez mientras esperaba el camión que diariamente salía de San Bartolo por la mañana:
-Ahí le hago el encargo, don José: échele una buscadita a mi señor; seguro andará por la dichosa fábrica, solo y borracho como siempre. Adela lo conocía bien. Había sido amigo de su padre y varias veces lo atendió mientras ayudaba a su papá a encostalar el maíz de la cosecha.
Ahora Adela sabía el paradero de don Jesús y dudaba. ¿Debía callar su hallazgo?, ¿importaría realmente a doña Modesta, saber dónde estaba don Jesús?, ¿no sería más dañino decirle que lo tuvo enfrente, ahí, junto a ella, tendido en una plancha tan fría como él, en la lección de anatomía?

 

© 2019 Rafael Orozco Flores. Creado con Wix.com

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