Narrativa

5/5 Tiempos de Covid-19. La visita.
Jueves 3 de julio de 2020.
Era la segunda ocasión en que iba a Villaverde y curiosamente por el mismo motivo: visitar a un enfermo o, mejor dicho, a un convaleciente, porque enfermo, enfermo, no estaba a quien iba a visitar. No es que yo sea médico, bueno, lo soy, pero de animales, lo que para el caso no cuenta.
Armando, el compañero de butaca en la primaria, se había desbarrancado con su tractor y desde hacía una semana estaba enyesado. Aunque nos dejamos de ver por mucho tiempo, nos volvimos a encontrar en la escuela de veterinaria, donde él me reconoció primero y cuando reanudamos nuestra amistad de chamacos. Abandonó la escuela cuando murió su padre, pero nos hablábamos con cierta frecuencia. En su última llamada fue cuando me dijo de su accidente y me pidió, “muy encarecidamente —dijo entonces”, que le llevara unas muletas “acá te las pago”, dijo.
Aunque su llamada me provocó gusto de verás, su petición me pareció un tanto inoportuna por eso del coronavirus. En fin, acepté la petición y quedamos de que el fin de semana se las llevaría.
Mis recuerdos de Villaverde eran lejanos y vagos. Sólo atiné a llegar al pozo de agua, una de las pocas referencias que tenía para ubicar la casa de Armando. Pero muchas cosas habían cambiado: el pozo era distinto, pues ahora tenía una polea que facilitaba, sobre todo a las señoras, sacar el líquido, para verterlo en cántaros y cubetas. Hasta ahí llegué. Estacioné mi datsuncito por ahí cerca y caminé.
Pasaban dos jóvenes mujeres a quienes llamé la atención para preguntarles por mi amigo.
—Oigan, por favor... —dije.
Las muchachas me miraron, aceleraron el paso y se cubrieron la boca como para evitar la risilla nerviosa que les dio como por vergüenza, ignorándome por completo.
Una señora de edad no muy avanzada se me acercó mientras terciaba sobre su hombro izquierdo su rebozo viejo y sucio.
—¿Qué le pasa, joven? —dijo la mujer.
—Nada, señora. Busco la casa de Armando Cruz, el hijo de don Serafín, el del pulque. ¡No sabe dónde la puedo encontrar?
—¡Uyyy, joven! Pos no sé. Es que afigúrese que yo no soy de aquí. Yo soy de por allá de “Las Trojes”, más antes de San Bartolo, nomás que vine a ver a mi comadre Engracia que se acaba de aliviar de su chamaco. Está chulo, el canijo muchachito, a ver si no le da coronavirus, aunque por aquí no hay. Tiene una semana y lo viera usted cómo chilla de juerte pa’que le den de comer. Pobrecito: tan chiquito y su papá jueras: desde que mató a su primo Lencho tuvo que irse pa’l norte. Deso va pa’ dos años y pos ni cómo regresar. No’más viera cómo se las ha visto mi comadre, duro de verdá. Ella vive por allá —dijo señalando hacia el oriente—, en una casita que le hizo el compadre antes de aquello que le digo. Ella mala y sus chamacos más grandecitos que ni le ayudan y no’más se la pasan de vagos. Ni el abuelo los hace entrar en cintura. Verá uste que el abuelo ni quiere al recién nacido, que porque es de tierra. Cómo va a ser de tierra, digo yo, si todos saben que mi comadre anda con el Fermín y que se ven allá por el río —dijo mientras señalaba con un movimiento de la cabeza, a dónde se refería— donde hay hartos mezquites. Como yo le digo: vieras de ser honesta y aclarar las cosas con tu padre, total, si se queren, pos qué más da, el compadre sepa Dios si vaya a volver, ni dinero manda y el Fermín pos ve bien a la criatura y le ayuda con el gasto. Además el Fermín ni casado es y siempre ha sido muy trabajador. Eso sí que cuando agarra la parranda le dura, por lo menos, dos semanas con la borrachera, pero hasta eso no es a cada rato. Además la Engracita, la niña de en medio, lo quiere rete harto. Yo creo que porque no se acuerda de su padre, pos 'taba chica cuando se jue. Yo cuando puedo, como ‘hora, le traigo algo de maicito y pos la acompaño y le ayudo con los chamacos. Aunque ni se crea, ¿eh?, a veces pienso que a mi comadre no le cuadra que venga a verla porque ¡yo si le digo sus cosas! Total, una no’más quiere ayudar, pero tuerce la boca luego que sale el tema. Yo por eso ya me vine, además de que tengo que llegar temprano a mi rancho porque va a ir doña Pachita, bueno usted no la conoce, pero va a llevarme un niño que se le empachó y pos yo le hago a eso del mal de ojo y cosas de’sas, pá cuando necesite. Ándile pues, joven. Ya me voy. Que le vaya bien.
—Sí, señora —atiné a decir pasmado—. Cuídese.
La señora antiempachos retomó su camino y la vi alejarse mientras yo, aun mareado, me dirigí a la casa más cercana. Tal vez ahí se conozcan a mi amigo Armando.