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Medios de comunicación

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Mi vecina es prostituta
 

Lunes 27 de enero de 2020.

La teoría en la comunicación, en tratándose de la manifestación de las ideas y su publicidad, está conformada por, al menos, tres niveles conceptuales: libertad de pensamiento, libertad de expresión y libertad de publicación. La primera de ellas es simple y se refiere a aquella capacidad que toda persona tiene de idear y estructurar o conformar un mensaje a nivel cerebral; desde los pensamientos más nimios, hasta las maquinaciones más complejas de una teoría científica, una pieza artística (literaria, pictórica, musical, etc.) o la premeditación mejor detallada de un asesinato que involucre a personas concretas. Esta libertad de imaginar y pensar es, en sí misma, inofensiva, no daña a nadie, pero las cosas cambian en las otras dos libertades en comento.

Cuando hablamos de la libertad de expresión y la identificamos como un derecho humano, debemos acotar que no se trata de un derecho en abstracto y carente de responsabilidades. No. Es todo lo contrario: la expresión de las ideas nos enfrenta a límites concretos que tienen que ver con derechos de otras personas como el derecho al honor, la reputación, el buen nombre y la propia imagen, por citar sólo algunos.

Cuando el presidente, en la plaza pública de las mañaneras, señala que una persona es corrupta (por ejemplo), está excediendo su derecho a la libertad de expresión en virtud de que está haciendo vulnerable la reputación y el buen nombre de la persona señalada, sin que medien pruebas y un proceso jurisdiccional ante la autoridad competente.

Con este ejemplo, trato de reforzar la idea de que la libertad de expresión conlleva responsabilidades cuando traspasa límites que afectan a otros ciudadanos. Yo puedo pensar que un amigo es gay, y no pasa nada; puedo, en YouTube, decir que la tierra es plana y no pasa nada más allá de que me juzguen “Lorenzo Rafail”. Pero si digo que el obispo de mi ciudad es pederasta o que mi vecina es prostituta, he de atenerme a las consecuencias de mis palabras si las personas involucradas en mis dichos deciden actuar, ejerciendo sus derechos.

Lo anterior tiene que ver con dos manifestaciones que ha posibilitado la convergencia tecnológica: por un lado, la certeza que tiene el presidente de ser escuchado todas las mañanas en cualquier tipo de dispositivo y por el otro, la conformación en el imaginario colectivo de que las redes sociales han construido el “periodismo ciudadano”.

En efecto, en los años 90s se empezó a hablar de este fenómeno que básicamente postulaba que, a través de las redes sociales, cualquier ciudadano con un dispositivo móvil podía “informar”, “en el momento mismo de los hechos”, sobre cualquier incidente. Tal vez ello sea el origen de una multiplicidad de plataformas en donde “youtubers” o “influencers” exponen sus puntos de vista y argumentos (muchas veces sin sustento y sí cargados de una evidente intencionalidad político-militante). Es el caso de algunos personajes que acuden puntualmente a la conferencia matinal en Palacio Nacional.

Sin embargo, esto tiene sus puntos de aclaración. Si bien es cierto que a todo ciudadano le asiste el derecho de expresar sus ideas y que el uso de la tecnología puede igualar a periodistas profesionales y “periodistas ciudadanos”, vale rescatar las preguntas de la investigadora Elena Leal Rodríguez de la Universidad Complutense de Madrid: ¿realmente es posible señalarnos a todos como periodistas? ¿Podemos con el suficiente rigor intelectual y científico igualar ambas tareas bajo el concepto de Periodismo? ¿es tan banal su trabajo –del periodista- que no requiere más esfuerzo que el de comprar un dispositivo con acceso a internet? y, finalmente, ¿es el periodismo un simple acto por medio del cual un emisor se limita a lanzar mensajes, cualquier mensaje, sin forma y fondo definido?

El ejercicio periodístico, idealmente, ha de estar sustentado en bases firmes que se han ido constituyendo a través de siglos y que tienen que ver, justamente con la forma y el fondo de informar y formar opinión. Respecto a la forma sólo mencionemos que hay procesos y técnicas para la recolección, valoración y redacción de productos noticiosos y/o informativos.

Respecto al fondo, estaríamos hablando de medios o plataformas bien definidas (Pierre Schaeffer hablaba de “medios autorizados”), con una política de comunicación igualmente definida, con personal especializado en su área de trabajo, etc., pero, sobre todo, pesan mucho las cuestiones éticas del ejercicio de informar.

No es lo mismo que un ciudadano, envuelto en una balacera, registre en video el suceso y lo comparta en una acción informativa-circunstancial, que un reportero estructure un producto (también informativo) que responda a otras interrogantes inherentes al hecho noticioso de explorar por qué la balacera, quiénes se balearon, en dónde se dio el hecho, etc.

El derecho a informarse, complemento de la libertad de expresión, conlleva ciertas habilidades de saber qué medios son fuentes de información con certeza de veracidad.

© 2019 Rafael Orozco Flores. Creado con Wix.com

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