Narrativa

GENTE COMUN. Mi amigo Rosendo.
Jueves 27 de febrero de 2020.
Fue, realmente, un golpe de suerte. La noticia no dejó de sorprenderme, desatando en mí una serie de sensaciones encontradas entre alegría y decepción; entre coraje y un ataque de risa nerviosa e impotente: mi amigo Rosendo, la había hecho: era un político encumbrado.
Y es que en su vida Rosendo no se había caracterizado precisamente por ser atinado o por afortunado en las empresas que acometía.
Había nacido, decía la gente, con mala estrella, pues su alumbramiento coincidió con la muerte de la única comadrona del pueblo, por lo que vio la luz primera, ayudado por don Joaquín, el panadero, no porque supiera algo del asunto, sino porque en ese momento estaba a más a mano.
Habiendo nacido un 29 de febrero, por tres años sus padres tenían el pretexto inmejorable para escabullir celebraciones, además de que no fueron pocas las fiestas suspendidas en años bisiestos, por falta de dinero.
En el pueblo, el pequeño Rosendo gozaba de cierta simpatía, lo que no necesariamente significaba aprecio, sino la manera de pasar un rato jocoso por la habilidad del niño para alterar sus imperfectas facciones, haciendo gestos, que provocaban la hilaridad de quienes lo veían.
En una ocasión un golpe de suerte en la escuela lo hizo acreedor a portar el banderín escolar, alto honor para cualquier chiquillo de primaria. Sin embargo, el día del desfile una fuerte tormenta desbarató no sólo las fiestas patrias, sino los zapatos que su orgulloso padre compró para tan singular acontecimiento.
Tal parece que Rosendo aprendió a vivir con esta serie de desaguisados sin que, en apariencia, hicieran mella en él. No era tonto, así que sus estudios los fue sacando a flote de manera aceptable y aún en la facultad de Derecho, sus notas eran motivo de envidia para algunos de sus compañeros.
Si bien no tenía suerte con las mujeres, había logrado mantener un par de noviazgos prolongados: uno en “El Venado”, pueblo cercano al suyo y otro con una compañera de estudios.
Fue por ese tiempo de estudiante de abogacía cuando en el campo, tratando de guarecerse de la lluvia mientras pastaba las vacas de la familia, que sufrió el accidente que le marcaría de por vida: le cayó un rayo.
Ese día salió con las reses y ya en el campo se desató un fuerte aguacero. A las seis de la tarde, las vacas fueron llegando a la casa sin orden y solas. Fue bien entrada la noche cuando un grupo de vecinos lo encontró sin sentido por el potrero grande, debajo de un huizache. Fue el cura el que afirmó lo del rayo, sin que nadie se preocupara por analizar si era verdad.
De ahí en adelante, como que el Chendo perdió la razón. Se decía licenciado y el apodo lo asimiló la gente del pueblo. Hablaba de leyes, mentaba sentencias y citaba cuanto artículo constitucional se le ponía en frente, sin que viniera a cuento.
Se acercaban las elecciones para presidente municipal, cuando llegó a la cantina de don Liborio, echando pestes contra el que se sonaba candidato con más posibilidades: que si era un ladrón que se quedó con las aportaciones de los ejidatarios para lo de las ollas de agua; que si era prestanombres del terrateniente y caciquillo de la zona en el asunto de la expropiación de la hacienda “El cencerro”; que s ele debía aplicar el artículo 33 de la constitución y mandarlo a las Islas Marías; y otra serie de improperios.
Don José, que lo escuchaba mientras se tomaba una cerveza, lo enfrentó y lo retó:
-Y, ¿por qué no te lanzas tú de candidato? –dijo mientras hacía un guiño cómplice con un grupo de parroquianos y se acariciaba el bigote, largo y entrecano.
El “licenciado” se quedó momentáneamente en silencia ante la pregunta, atónito, como rumiando una respuesta que cubriera las expectativas de los presentes.
-Pues me lanzo –dijo finalmente.
A la semana de aquello ya había organizado la coalición CPO, que no era “Ciudadanos Pendejos Oprimidos”, como la gente decía, sino Coalición Popular Opositora y hacía campaña en mítines a los que la gente asistía de veras, mas no por un auténtico interés político, sino por el morbo de escucharlo hablar como digno sucesor de Cantinflas o de Luis Echeverría.
-Yo les prometo, llego a decir, que, si el voto de la mayoría me favorece, construiré un atoleoducto desde Villa Verde hasta esta cabecera municipal, para que ningún partido ni nadie, nos venga a dar atole con el dedo; además de que el de Villa Verde es el atole más bueno de la región.
Sería por darle en la madre al raterillo aquel o por la esperanza de contar con el único atoleoducto en el mundo, pero me he enterado la semana pasada, repito, no sin sorpresa que, a pesar de no haber sido candidato oficial, la gente lo puso en la boleta y Rosendo es presidente municipal de San Bartolo, mi pueblo natal.