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Narrativa

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Gente común: Juego de espejos.
 

Jueves 7 de mayo de 2020.

Reflejos

—¡¿Qué onda, maestro?!, dijo Miguel al entrar al cuarto de baño.

—¡Hola, buenos días! ¿Listo para iniciar la rutina de la semana?

Lo último que Miguel hubiera esperado era que recibiera respuesta de su imagen del espejo, a una expresión que salió de sus labios casi sin proponérselo, casi de la misma manera que sale una exhalación al respirar.

—No queda de otra –dijo—. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, dice la sentencia bíblica.

—¿Eso es una sentencia bíblica?

—Sí, ¿no? Creo que la dijo Yahvé cuando expulsó a Adán y a Eva del Paraíso después de comer la manzana. En fin: sea bíblica o no, hay que trabajar.

—El trabajo dignifica al hombre…

—Mira, mira. No te me pongas “flamenco” –interrumpió Miguel a su interlocutor, y mientras cepillaba sus dientes prosiguió con la boca llena de espuma—: gómo  buegue dignifigar al homgre… una chamba en la que tienes que soportar las humillaciones  del estúpido que tengo por jefe. Habrá estudiado en el Tec de Monterrey y lo que quieras, pero eso no le quitó lo pendejo…

—Cálmala, jefe. No te sulfures que apenas es lunes, así no vas a llegar con ánimo al fin de semana.

—Pa’ semanita que me espera—comentó Miguel mientras daba los últimos toques a su peinado y se acicalaba el bigote—: hacer tres informes, calificar trabajos, la reunión de academia que me pone hasta la madre y, para colmo, el cumpleaños de la suegra. Está bien que se le estima y quiere, pero con dos cervezas encima no hay quién la aguante y menos si se le ocurre sacar el álbum de fotos de la familia…, eso que se lo trague “Pepito, su yerno consentido”.

—Bueno, eso pasa en todas las familias.

—No, fíjate. Sólo a mí me toca tener que lidiar a una familia como la de Raquel. Desde que se murió Don Cosme, que en paz descanse, los hijos se volvieron borrachos y desobligados, mis cuñaditas son intratables y mi suegrita, la verdad, ya chochea.

—Pero a ti que te importa. Además de la universidad no tiene de qué quejarte: todo tiene su recompensa.

—Sí, es cierto. Si no fuera por los días de pago y por Maguito, la Uni sería insoportable. Qué buena vieja.

—Claro, esas ojeras que traes no son precisamente por las noches de desvelo por los informes.

—…Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una… —canturreó Miguel con la tonada de una canción conocida—. ¡Qué noche la de anoche, eh! ¡Qué maguito la de anoche!

—Ardiente y desenfrenada. Oye, yo creo que Raque se está dando color. Desde que empezaste a salir más seguido con Mago, como que está más callada, todo le molesta…

—… Y en la cama tampoco responde —completó Miguel. Pero bueno, de qué se queja, no le falta nada: la casa ahí va; comida siempre hay, también la saco a dar una vueltecita y los chavitos “ai” la llevan, y como machirrín, pues le cumplo, qué más quiere.

—Te quiere a ti…

—Oye, despertaste muy sermoneador, ya bájale.

—‘Ta bien, ‘ta bien. Te quedó pasta en el bigote.

—¡Hmmmmmmm!

—Traes la corbata chueca.

—¡Ah!, gracias.

Miguel arregló la corbata, nuevamente dio unos toques al peinado, supervisó el aseo de los dientes, revisó las orejas y alzó repetidamente los hombros como pidiendo al saco que tomara su lugar en el conjunto de la vestimenta.

—Así está mejor.

—Bueno, nos vemos mañana –se despidió mientras esbozaba una sonrisa.

—Sale. Que tengas buen día. Apaga la luz al salir.

 

Reflejas

—¡Hola, chulis!, dijo Raquel al entrar al cuarto de baño.

—¡Hola, buenos días! ¿Lista para iniciar el trajín de la semana?

Lo último que Raquel hubiera esperado era que recibiera respuesta de su imagen ante el espejo, a una expresión que salió de sus labios casi sin proponérselo, casi de la misma manera que sale una exhalación al respirar.

—No queda de otra –dijo—. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, dice la sentencia bíblica.

—¿Eso es una sentencia bíblica?

—Sí, ¿no? Creo que la dijo Yahvé cuando expulsó a Adán y a Eva del Paraíso, después de comer la manzana. En fin: sea bíblica o no, hay que trabajar.

—El trabajo dignifica al hombre…

—Al hombre, pero a la mujer cómo la jode. Además no te me pongas “flamenca” –interrumpió Raquel a su interlocutora, y mientras cepillaba sus dientes prosiguió con la boca llena de espuma—: gómo  buegue dignifigar al homgre o a una muguer… una chamba en la que tienes que soportar las humillaciones  del estúpido que tengo por jefe. Habrá estudiado en el Tec de Monterrey y lo que quieras, pero eso no le quitó lo pendejo… Y luego las insinuaciones del licenciado Ambriz. Pinche viejo gordo. Gordo y rabo verde, habrase visto.

—Cálmala, chulis. No te sulfures que apenas es lunes, así no vas a llegar con ánimo al fin de semana.

—Pa’ semanita que me espera—comentó Raquel mientras daba los últimos toques a su peinado y se pasaba el lápiz labial—: hacer tres informes, calificar trabajos, la reunión de academia que me pone hasta la madre; llegar todos los días a hacer comida y revisar tareas y para colmo, el cumpleaños de la suegra. Está bien que se le estima y quiere, pero con dos cervezas encima no hay quién la aguante y menos si se le ocurre sacar el álbum de fotos de la familia…, “Mira, Raquelito, aquí está tu marido a los tres años, con el pajarito al aire”. Eso que se lo trague “Susanita, su nuera consentida”.

—Bueno, eso pasa en todas las familias.

—No, fíjate. Sólo a mí me toca tener que lidiar a una familia como la de Miguel. Desde que se murió Don Cosme, que en paz descanse, sus hermanos se volvieron borrachos y desobligados, mis cuñaditas son intratables y mi suegrita, la verdad, ya chochea.

—Pero a ti que te importa. Además de la universidad no tiene de qué quejarte: todo tiene su recompensa.

—Sí, es cierto. Si no fuera por los días de pago y por Mariano, el del noveno semestre, la Uni sería insoportable. ¡Qué buena cosa!

—Claro, esas ojeras que traes no son precisamente por las noches de desvelo por los informes.

—…Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una… —canturreó Raquel con la tonada de una canción conocida—. ¡Qué noche la de anoche, eh! ¡Qué Mariano el de anoche!

—Ardiente y salvaje. Oye, yo creo que Miguel se está dando color. Desde que empezaste a salir más seguido con ese muchacho, como que está más callado, todo le molesta…

—… Y en la cama tampoco responde —completó Raquel—. Pero bueno, a poco cree que no sé que me pone los cuernos con Mago. Entonces de qué se queja. No le falta nada: la casa ahí va; siempre hay comida caliente y los chavitos “ai” la llevan, y como mujer, pues le cumplo, qué más quiere.

—Te quiere a ti…

—Oye, despertaste muy sermoneadora. Ya bájale.

—‘Ta bien, ‘ta bien. Se te corrió el rimel.

—¡Hmmmmmmm!

—Se te ve el tirante del brasier.

—¡Ah!, gracias.

Raquel arregló su blusa para ocultar totalmente el brasier. Nuevamente dio unos toques al peinado, supervisó el aseo de los dientes, revisó sus aretes, las orejas y alzó repetidamente los hombros como pidiendo a su blusa que tomara su lugar en el conjunto de la vestimenta.

—Así está mejor.

—¡Adiós, manita! Nos vemos mañana –se despidió mientras esbozaba una sonrisa.

—Sale. Que tengas buen día. Apaga la luz al salir.

© 2019 Rafael Orozco Flores. Creado con Wix.com

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