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Narrativa

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1/5 Tiempos de Covid-19. Sólo un juego.
 

Jueves 21 de mayo de 2020.

El lunes por la noche Javier se reunió con sus amigos para reestrenar su PlayStation y estrenar la versión pirata de Kingdom Hearts III. La habían pasado “chido”, a decir de Héctor, pero ya era cansado estar frente a la pantalla con personajes ficticios en ambientes futuristas o fantásticos, por lo que propuso crear una aventura propia. El miércoles sería la noche propicia, pues la madre de Javier trabajaba de enfermera en un hospital donde de manera particular se atendía pacientes por Covid-19 y no regresaría hasta el siguiente día por la tarde. Cuando planearon la reunión, el lunes, Jacobo se comprometió a llevar cervezas y Héctor se encargaría de los Chetos y otras frituras.

Durante el transcurso del día, cada uno de los amigos de Javier tuvieron la oportunidad de pensar en el sentido y rumbo de los personajes de la historia que pondrían en marcha. Todos tenía amplias expectativas. Esa aventura sí que estaría emocionante. A su modo, pensaban, por fin serían los héroes y villanos de un juego de rol, más allá de la luminosidad de una pantalla.

Ya no se trataba de los juegos fantasiosos en donde duendes, brujas y otros seres de apariencia hiperrealista hicieran travesuras o libraran grandes combates. Esta vez sería distinto. Sentados ante la mesa, jugarían a algo de más actualidad en donde la violencia campeara y la sangre, viscosa e inasible, fuera el trofeo por alcanzar.

La idea de Héctor la secundó Hugo. Él siempre había querido jugar envestido de una personalidad siniestra, tosca, fea y con sed de matar y para demostrar cuán malo sería su personaje, repetía sin cesar: “¡Quiero sentir cómo entra mi navaja en tu sucia carne y verte sangrar hasta morir, perro inmundo!”.

Como a las diez de la noche Javier recibió una llamada de su madre desde el hospital, sólo para saludarlo y desearle buenas noches. Ya estaban en la sala Héctor, Jacobo y Juan Manuel, sólo faltaba Hugo para completar aquel quinteto de amigos. Mientras llegaba, Juan Manuel relató cómo sacaron el cuerpo de una vecina que murió en su casa, sin atención ninguna.

-Sí, cabrón, no mames, hoy dijo Gatell que van más de 5 mil muertos –dijo Javier- y mi mamá en esos ambientes, es de dar miedo.

Llegó Hugo. Su expresión era de gusto ante la tentadora promesa de unas horas de emociones sin límite. Ya las cervezas y el mezcalito circulaban libremente y los Chetos y los cacahuates todavía resistirían otro rato. Alguien se levantó y fue al refrigerador de donde sacó, con permiso de anfitrión, unos frijoles refritos que volaron en minutos.

La propuesta de Héctor y Hugo había resultado ser atinada y los personajes que cada uno creó, esa noche cobraron vida en la mesa del comedor, que era, el terreno de juego.

Como a la una de la mañana Jacobo y Juan Manuel se despidieron entre las propuestas de los otros, que querían seguir la reunión.

-Ustedes se lo pierden, cabrones –sentenció Javier-, la noche apenas empieza y esto se pone bueno.

No hubo palabras para convencer a los dos jóvenes. Hugo, Héctor y Javier quedaron deseosos de continuar con el Juego de rol en marcha. Había pasado sólo un rato desde la partida de sus amigos, cuando Javier tuvo la ocurrencia de salir a la calle y actuar de acuerdo a los personajes creados. Eso, sin duda, incrementaría la adrenalina.

-Imagínate, wuey –dijo-, podrás ser el protagonista de esta historia escalofriante.

-Estás loco –repuso Hugo, ante la mirada atónita de Héctor-. Yo no voy a salir a la calle y matar a alguien sólo por matar.

-Y ¿por qué no? –insistió Javer-, ¿no has dicho que quisieras sentir cómo entra tu navaja en la carne sucia de alguien?

-Sí. Lo he dicho pero es un juego.

Los tres jóvenes guardaron silencio. Una música de reggae se metía por las ventanas quién sabe desde dónde. Los ojos de los muchachos recorrieron las paredes de la habitación una y otra vez. Mientras se escuchaba una sirena lejana, las miradas se encontraron y se quedaron fijas. Sin decir una palabra, Javier se levantó y fue a la cocina, de donde regresó con dos cuchillos y al encaminar sus pasos a la puerta, Hugo y Héctor entendieron el mensaje.

Sigilosamente dejaron la casa 51, de Paseo del Verano, en Naucalpan. Llegaron a la glorieta y siguieron hasta Paseo de la Primavera y siguieron caminando sin rumbo; sobre Circunvalación, cerca del Instituto Sucre, encontraron una Farmacia del Ahorro, que anunciaba cubrebocas. Héctor entró y regresó con aquellos artículos de uso obligado: “pa’taparnos la cara”, dijo.

Caminaban en silencio, aunque la noche les diseñaba el fondo: perros ladrando, carros, motocicletas, música lejana, gritos sin sentido aparente. Así permanecieron por buena parte del viaje nocturno, con el 51 de Paseo del Verano como punto de partida, sí, pero sin saber en dónde terminaría. Durante dos horas caminaron por las calles solitarias de la noche, palpando, Javier y Hugo, el cuchillo que llevaban oculto en la cintura.

Cerca de la parada del Metrobús Tecnoparque, caminaba un hombre como de 50 años, con dos bolsas de plástico en las manos. Hasta el momento no conseguía taxi. Tras hacerle señales a un carro, se percató de la presencia de tres jóvenes. Aunque no los vio con claridad, se formó la idea de que eran más altos que él y uno de ellos más corpulento. No tuvo tiempo para más. Pensó en la posibilidad de correr por si querían atacarle, pero no lo hizo o no tuvo tiempo de hacerlo. A unos cinco metros, los jóvenes aceleraron el paso, sacaron los cuchillos y sin justificación alguna, le asestaron quince cuchilladas de muerte. Después, la huida. Javier, Héctor y Hugo corrieron y se fueron alejando entre las calles sin luna y en un silencio que parecía cómplice.

© 2019 Rafael Orozco Flores. Creado con Wix.com

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