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Narrativa

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GENTE COMUN. Aviso clasificado
 

Jueves 23 de enero de 2020.

—Buenos días, casa de la familia González —dijo alguien al otro lado de la línea telefónica.

—Buenos días —respondió Martha—, ¿es aquí en donde informan de una casa en venta?

—Sí, señora. ¿Qué es lo que desea saber?

—Bueno, me interesa saber el precio, pero también algunos otros datos como el número de recámaras, si tiene cochera, para cuántos autos, si tiene jardín, en fin, más información... ¿cómo me dijo que se llama?

—Es la casa de la familia González. Yo soy Francisco. Mire la casa...

—Oye —interrumpió Martha—, tu voz se me hace familiar, bueno aunque por teléfono muchas veces las voces se confunden, pero creo conocerte, ¿cómo se llama tu papá?

—Mi papá se llamaba también Francisco, pero él falleció hace dos años.

—Ya decía yo que algo había de familiar en tu voz. Yo conocí a tu papá. Fuimos compañeros de la escuela. ¡Híjole!, lo dejé de ver pues hace, hace —repite como dudando —.... quién sabe cuántos años hace que lo vi por última vez, creo que hará como unos cinco años. Oye, ¿y cómo es que se murió, si él siempre había sido tan sano?

—Pues ya ve. Estaba sentado viendo la televisión, cuando de pronto sentimos que le dio un puntapié a la mesita de centro, pero no hicimos caso, pues pensamos que nuevamente se había quedado dormido. Con la luz apagada y la poca del televisor no nos percatamos de que había tenido un infarto, así que después de una hora nos dimos cuenta de que había muerto...

—¡Qué barbaridad! Dime una cosa: y tu mamita, ¿cómo está?

—Bien, muchas gracias. Ahorita no está. Salió con una de mis hermanas a comprar unas cosas. Yo creo que no tarde mucho.

—¿Salió con tu hermana la que tiene el pelo largo? ¿Cómo se llama...?

—Eugenia.

—Andale: Eugenia. ¿ella es casada?

—Sí, se casó poco antes de la muerte de mi papá.

—¿Y ya tiene chamacos?

—En eso anda, justamente fueron a comprar con mi mamá algunas cosas para el bebé. Le falta un mes para que se alivie, ¿usted la conoce?

—¡Claro que la conozco! Si conozco a toda tu familia. No te digo que con tu papá fuimos compañeros de escuela. A ti es a quien no te ubico. No recuerdo a ningún Francisco... ¿tú como eres?

—Este... yo soy alto, era un poco más alto que mi papá, moreno —bueno todos somos morenos...

—Sí todos eran morenos —interrumpió Martha—, ¿qué más?

—...de pelo corto un poco quebradito, a veces me dejo la barba y el bigote... ¡hummmmm!... uso lentes... pues no se...

—Sí, sí, creo que ya te estoy ubicando... el de bigote, sí claro, si tu papá no dejaba de hablar de ti... Te quería mucho, ahora lo recuerdo: que Paquito esto, que Paquito lo otro... mira que olvidadiza soy, pero bueno, ya me acordé...

—¿Usted cómo se llama? —interrumpió ahora Francisco.

—Yo soy Licha, Licha Campuzano —mintió Martha—. A lo mejor no te acuerdas, pero nos vimos con tu familia en una fiesta, hará algo así como seis años...

—No, la verdad no me acuerdo de ninguna fiesta porque incluso mi papá las odiaba: nunca iba, por eso me extraña...

—Mira qué cabeza la mía: no fe en una fiesta, fue en un balneario, sí, sí... fue en el balneario de San Tomás.

—Pues no. Ni conozco ese balneario, ni a mi papá le gustaba ir a los balnearios. Mi papá, que en paz descanse, nunca nos dejaba salir. Y volviendo a lo de la casa: tiene tres recámaras, dos baños completos, cochera para un auto, sala, cocina-comedor, patio de servicio y un jardín pequeño al frente y atrás de la casa.

—Oye, hijo, no estás enojado, ¿verdad?

—No, ¡cómo cree! Lo que pasa es que ya me tengo que ir. Si le interesa la casa y quiere ir a verla, dígame y con todo gusto vamos.

—No —dijo Martha—, la cochera es muy chica. Mejor voy a ver si encuentro otra casa un poquito más grande, si no yo vuelvo a llamar. Me saludas mucho a tu mamá. Adiós Francisco.

—Adiós, señora. Que le vaya bien y mucho gusto en conocerla —se oyó decir del otro lado de la línea telefónica.

La expresión de Martha, terminada la conversación, era un poco de tristeza y preocupación, pero esa expresión en realidad era exactamente la misma de antes de hacer esa última llamada, exactamente igual a la de hacía varios años.

Encerró en un círculo el aviso que había atendido para no confundirse más tarde y revisó nuevamente el periódico. Esta vez había pocos anuncios de casas, sus preferidos. Como ya había llamado a todos los de ese giro, optó por buscar en otras secciones del aviso económico.

Durante sus años de juventud Martha había sido lectora frecuente de revistas “del corazón” y no fueron pocas las ocasiones que le escribió a “almas gemelas” con resultados invariablemente desilusionadores, dolorosos y frustrantes.

Diez largos años de soledad, después de la muerte de su madre, le enseñaron que los del aviso económico eran menos ofensivos. Se podía entablar una plática que, con suerte, resultaba amena. Nunca entendió por qué los avisos de compra-venta o renta de casas los publicaban personas más abiertas a la conversación, aunque desde luego había sus excepciones.

Pero ese día en especial Martha estaba de suerte. Todos quienes le contestaron accedieron, sin darse cuenta, a desviar el rumbo de la llamada telefónica hacia cosas que no tenían nada que ver con el aviso en cuestión. Todos le contaron algo de su vida y ella contó o inventó algo de la suya. El caso más digno de contar fue el de la señora que rentaba un departamento y a la postre terminó dándole a Martha la receta del pastel de chabacano que, curiosamente, no llevaba chabacano.

Martha seguía buscando. Pasó los avisos de computadoras porque de eso no sabe nada. También omitió buscar en los de “empleos oferta”, porque en esos la gente siempre va al grano.

De pronto, el corazón de Martha latió con más fuerza. Casi inadvertible estaba en un recuadro pequeñito, como temeroso, un anuncio. Estaba en la sección de “varios” a los que sólo a veces acudía. Y por poco no lo ve. Con letras minúsculas, hasta abajo, en el rincón de la página 33, se podía leer el anuncio tantas veces deseado: “Persona sola busca a alguien con quien charlar. Teléfono 53 25 78 99”.

© 2019 Rafael Orozco Flores. Creado con Wix.com

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