Los tiempos que vivimos

Der Führer.
Lunes 4 de mayo de 2020.
La caracterización del “Führer” en el imaginario colectivo, evoca de manera casi inequívoca, a Hitler. No es mi pretensión hacer un comparativo del personaje alemán, con el presidente actual de México. Ese ejercicio sería ocioso. Simplemente quiero hacer notar el mecanismo mental que ocurre, para hablar del líder (que eso significa Führer), del liderato, como fenómeno social y político.
Desde el punto de vista constitucional, formalmente Andrés Manuel López Obrador es el presidente de la República y Jefe de Estado de la nación mexicana en el concierto de naciones. Es la personificación de uno de los tres poderes, el Ejecutivo. No el más importante de los tres, sino uno de los tres. Legalmente también, este poder, a diferencia de los otros, recae en una sola persona. Pero más allá de la formalidad, y quizás por ser justamente unipersonal, el presidente es un líder, debe ser un líder, que guíe, que dirija, que coordine las acciones en beneficio de la colectividad a la que, hipotéticamente sirve.
López Obrador ejerce, sin duda, un liderazgo que ha ido construyendo por años. Treinta millones de mexicanos con capacidad de votar, determinaron que él, su líder, llegara al poder y el juego democrático obliga a quienes no lo eligieron, a que lo acepten como presidente, aunque esa aceptación no implica que se esté de acuerdo, acríticamente, en las acciones de gobierno. Estar en desacuerdo y manifestarlo públicamente, no convierte a la persona en enemigo de la república, de la democracia o de la persona que encarna la presidencia: no es asunto personal.
Hace años, los estudiosos del fenómeno de los liderazgos, perfilaron una clasificación que ahora ya no funciona igual. Hablaban del líder carismático, democrático, transformacional, déspota o autoritario, etc. Cuando las encuestas de opinión muestran que, a pesar de ir a la baja, la aprobación presidencial es alta (68% según El Financiero –de 4 de mayo de 2020-) no podemos encontrar una explicación más que para ese sector poblacional sigue siendo un líder carismático que parece saber a dónde lleva al país, aunque otro sector ciudadano perciba que se va en la dirección contraria. Por cierto, para otros puede ser prefigurado como un líder autoritario.
Pero sea cual fuere la categorización de su liderazgo, hay un rasgo que el líder, el verdadero líder, debe poseer: ser acertado. Si no se tiene, el liderazgo es débil y fácil de romper. Por ejemplo: el presidente ha dicho en múltiples ocasiones que él es honesto, que no miente y que no es corrupto. Lo dice y está bien, tiene derecho a expresarlo, nadie le impide decirlo. Pero hay que demostrarlo.
En este sentido Andrés Manuel López Obrador carece de esa cualidad y en lo que va de su administración ha dado múltiples muestras: ante los señalamientos de Mexicanos contra la corrupción y la impunidad (MCCI) sobre la asignación directa y a sobreprecio de ventiladores vendidos al IMSS, por el hijo de Manuel Bartlett, el presidente ha dicho que es un ataque a su gobierno; los empresario buscan y encuentran líneas de apoyo financiero para sus negocios, AMLO, en un momento de desinformación (digámoslo así), dice que no le gusta el modito; ante señalamientos de la prensa, el presidente no ve, como dicen ahora, “nichos de oportunidad para mejorar”, sino… ataques a su gobierno; cuando hay señaladas carencias en los hospitales del sector público para enfrentar la crisis pandémica, AMLO defiende sus proyectos de infraestructura y compra estadios deportivos. Eso no es acertado. Así como el propio gobierno ha definido qué actividades empresariales son esenciales en este tiempo de pandemia, con el mismo criterio debería, acertadamente, atender la seguridad y salud de los mexicanos y dejar en segundo o tercer término Dos bocas, Santa Lucía, Tren Maya y programas sociales.
El presidente dice que es terco y lo es, pero eso no quiere decir que sea bueno en la administración de los recursos que la nación le ha encomendado que acreciente, administre y cuide.