Narrativa

2/5 Tiempos de Covid-19. Amor en tres tiempos.
Jueves 28 de mayo de 2020.
RAFAEL. El Starbucks de La Huerta se había constituido en el punto de reunión para algunos compañeros de la oficina, cuando el acceso a la Universidad estaba impedido por huelgas o paros. Ya le decíamos la oficina alterna. La última vez que estuve ahí fue cuando López Obrador anunció eso de “la sana distancia”.
Llegué temprano. Tenía el propósito de avanzar en la lectura, muchas veces pospuesta, de Sostiene Pereira. Pedí mi café largo y encontré una mesita en la parte que da a la avenida principal. Estaba solita como si estuviera esperándome. Mientras acomodaba el iPad, el libro y el vaso con el café, escuché a unos vecinos que hablaban de negocios. Hablaban fuerte sobre los terrenos y las ventajas de comprarlo. Después comprendí que en realidad eran lotes a perpetuidad en un panteón privado.
Antes de tomar a Tabucchi, repasé algunas notas de El Financiero. Destacaba aquella en que el presidente anunciaba, junto con su tocayo López-Gatell, el programa de distanciamiento, para reducir las posibilidades de contagio de la enfermedad pandémica.
Apagué la máquina y, mientras buscaba la página en donde había dejado la lectura, vi que entraban dos jóvenes, ella con libros o cuadernos sostenidos contra su pecho con la mano derecha y él con una mochila a la espalda y dos vasos con café. Se acomodaron de frente. A la distancia ella quedaba en tal posición que yo le podía ver el rostro y su larga cabellera oscura, mientras que el chavo me daba la espalda.
Me concentré en la lectura, que tuve que interrumpir por la llegada de un señor que hablaba por teléfono y se acomodaba en la mesa junto a la mía.
-Sí, mi amor –alcancé a escuchar-. Voy llegando apenas y vine a tomarme algo antes de ir al hotel. Todavía es temprano para registrarme….
A pesar del volumen de voz de mi vecino, pude reanudar la lectura, mientras Pereira podía sostener que Lisboa es una bella ciudad en donde dos jóvenes pueden ser revolucionarios.
Aproveché el ruido de una silla al arrastrarse para beber un poco de café y ver algunas fotos de Lisboa en el iPad. Realmente es bella Lisboa, pensé mientras vi cómo el joven le acariciaba el pelo a la chica. “Son novios”, me dije. Pero algo me llamó la atención en la caricia, pues me pareció que había torpeza en el movimiento, como si estuviera invadiendo el espacio vital de la chica.
Pensé en mi hija y me la imaginé en tiempos por venir, en una situación similar cuando ella sea protagonista de un suceso similar. Pensando en ella, me percaté de la hora y justo, tenía que ir por ella a la escuela. Tomé mis cosas y salí de la oficina alterna.
MARIANO. Es cierto que la distancia entre Guadalajara y Morelia no es tan grande, pero preferí viajar en ETN para dormir un poco. De la terminal de autobuses tomé un taxi. Tenía un poco de hambre y le pedí al taxista que me llevara a un Starbucks cercano. Hablaba por teléfono con Elena cuando me bajé del vehículo. Mientras pagaba vi pasando la calle “Rastro y frigorífico de Morelia” y no sé por qué me estremecí.
Sin terminar la llamada pedí un café y una especie de torta de jamón. Entré a un área pequeña, rodeada de cristales. Estaba un tipo leyendo y dos jóvenes en una mesa cercana. Mientras me acomodaba y estiraba los pies, Elena me dijo algo de la escuela de los niños y mientras la escuchaba, oí al chico que le preguntaba a la joven sin quería se su novia. Upsss¡¡¡¡ era testigo de algo que no puede ser más lindo y emotivo. Me di cuenta que abrí los ojos, esbocé una amplia sonrisa y recordé cuando Elena y yo nos hicimos novios.
Tuve que preguntarle a Elena qué me acababa de decir.
-¿No me oyes bien? –preguntó Elena-.
-Perdón, mi amor, me distraje. Después de cuento.
Terminé la llamada con mi esposa, con la promesa de pasar a ver a su tía Güerita, después de registrarme en el hotel o terminada de mi reunión. No era la gran cosa lo que estaba desayunando, pero en la comida me recuperaría, así que mientras terminaba el café leí un periódico que me regalaron en un semáforo. Mientras recorría una de las notas sobre las muertes en el mundo por el Coronavirus, el que leía se levantó apresurado y salió. Los chicos se habían reacomodado ante la mesa y se daban, seguramente, su primer beso.
FABIÁN. Como tenía que ser, llegué al Starbucks antes que Paty. “Esta es mi oportunidad”, había estado pensando toda estada la mañana y la tarde anterior.
Patricia llegó a la hora justa que ella propuso para trabajar en una tarea escolar. Venía linda como siempre. Su rostro ovalado se enmarcaba con su pelo largo y negro; sus ojos sin maquillaje y sus labios apenas retocados con un labial muy discreto, me emocionaron.
Pedimos dos cafés y nos instalamos en la esquina de una como pecera rodeada de vidrios. Aunque estaba casi lleno, poco a poco se fueron retirando las personas. Recuerdo que una señora casi me pega con una maletita de Gayosso.
Estuvimos trabajando muy poco en la tarea. Quedaba un señor unas mesas detrás de mí, que cuando entramos recorría con el dedo la pantalla de una tableta.
Patricia me preguntó sorprendida cómo veía lo de la enfermedad china y del número de muertos en Italia y España. “Ya valió, pensé, otra vez no se va a poder”.
Entró al espacio un señor hablando por teléfono. Patricia levantó su vaso y, mientras sorbía, en verdad sin pensarlo, se la solté: ¿Quieres ser mi novia?
¡Ya lo había dicho! Patricia, aun sorbiendo su café, abrió grande, grande sus ojos claros; bajó lentamente su vaso. Mientras lo acomodaba entre los libros y libretas, empezó a esbozar una amplia sonrisa con la cabeza un poco baja; la ladeó un poco sobre su hombro derecho y tras un leve silencio que a mí me pareció interminable, murmuró:
–¡Claro, tonto! -dijo- Pensé que nunca me lo ibas a pedir.
Yo quedé paralizado. No sabía qué hacer o decir. Mi primera novia. Estaba feliz. En verdad sentía mariposas en mi panza.
-Acércate, ¿no? –me pidió.
Qué significa “acércate”, pasó por mi cabeza. Me levanté torpemente haciendo tanto ruido que el señor de la lectura nos vio molesto y el del teléfono sólo hizo una pausa en su llamada.
Reacomodé la silla de tal manera que quedaba más a su lado. Estaba tenso. Los nervios hicieron que bajara las manos sobre mis piernas. Ella no decía nada. Tal vez veía cómo mi timidez natural me jugaba una mala pasada. Por fin atiné a moverme y le acaricié el pelo. Me sentí torpe. Ella con más soltura también acarició mi pelo y bajo su mano por la mejilla. Las mariposas se agitaban en mi panza. Mi espalda sudaba un poco, sólo un poco. Había silencio en el lugar. El del teléfono ahora comía.
Le acaricié la barbilla. Seguía torpe. “¿Estás nervioso?” me preguntó Patricia. Asentí con la cabeza. Ella se reacomodó en su silla para quedar de frente, tomó mi mano derecha y hizo un leve jalón, apenas perceptible y me besó. No puedo describir lo que sentí, pero estaba feliz.
Aunque me propuso que siguiéramos con la tarea yo estaba en otro mundo, sin poderme concentrar en nada. Ella se levantó, tomó algo de su bolsa y, detrás de mí, me pidió que volteara y me volvió a besar. Cuando se sentó nuevamente, ahora fui yo quien la besó largo, largo. Nos abrazamos. Ahora estábamos solos.
Después de un rato salimos de la mano. Las cosas habían cambiado a cómo entramos al Starbucks de La Huerta. Decidimos no ir a clase. La pasaríamos juntos. Como a nadie en el mundo, no nos importaba la “sana distancia”.