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Narrativa

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GENTE COMUN. Tarzán de los monos
 

Jueves 19 de diciembre de 2019.

Al pequeño Marcelino le gustaba el cine casi tanto como ir a misa. Cada domingo, antes de que sus hermanos despertaran, salía medio peinado para ir a la iglesia más cercana, a la misa de ocho. Prefería las bancas delanteras y religiosamente seguía el ritual que tenía aprendido desde antes de su primera comunión. En la misa de ocho era seguro alcanzar el misal dominical que un monaguillo repartía a la entrada del recinto. Comulgaba, sí, aunque no siempre. A sus nueve años su religiosidad la tenía impregnada hasta la médula.

Tras el “podéis ir en paz” sacerdotal, desandaba las calles y volvía a casa para tomar leche o chocolate con un par de “conchas”, que desnudaba de la pasta para el último trago. Era otra de las ventajas de levantarse temprano y no como a su hermano Juan, al que siempre le tocaban los panes menos apetitosos.

La moneda dominguera era suficiente para el resto del día. Su padre solía darle un billete de un peso y con él en la bolsa, corría a cualquiera de los cines de la ciudad, a las funciones de matiné. Eran tres las salas a las que le gustaba ir y cada domingo hacía el recorrido para ver el programa y decidir a cuál entrar.

Los recuerdos de esas funciones de cinematógrafo han perdurado por años. Marcelino recuerda el gusto cuando le tocaba ver un programa de caricaturas con el Correcaminos o Tom y Jerry; rememora con agrado la sala oscura y en la pantalla las aventuras de El Zorro, La familia Monster o algunas de la casa Disney de animales o de niños aventureros. Entre las películas mexicanas, las de Viruta y Capulina o de Santo, el enmascarado de plata.

Seguramente el talante religioso del Marcelino niño, se vio sacudido por un par de escenas de dos cintas emblemáticas para él. La primera, la parte final de la película de su tocayo Marcelino pan y vino, con esa carga poderosísima para la mentalidad de un infante; la otra, una escena subacuática de Tarzán y su compañera (Tarzan and his mate, Cedric Gibbson, 1934).

En la escena de marras, Tarzán y Jane se desprenden de una liana y quedan firmes en una rama; el hombre mono toma a la mujer por la cintura, la alza y la proyecta contra un cuerpo de agua que pasa junto al árbol. Marcelino recuerda vívidamente que en la siguiente escena pasa Jane de frente a la cámara mostrando su desnudez total; entra al agua Tarzán e inician una coreografía bajo la superficie del riachuelo.

En la oscuridad de la sala, Marcelino se sintió moralmente golpeado, pero al mismo tiempo con la “suerte” de ser una especie de mini-trasgresor.

Ahora Marcelino de vez en cuando recuerda a Tarzán. Sigue siendo aficionado al cine, aunque ahora lo ve en la tele, después de oficiar la misa dominical de las ocho.

© 2019 Rafael Orozco Flores. Creado con Wix.com

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