Narrativa

GENTE COMUN. ¡Qué húbole!
Jueves 26 de marzo de 2020.
¡He encontrado a mi doble! Sí, la semana pasada encontré a la persona que sin ser nada mío, es físicamente igual a mí.
Desde hace unos quince años había madurando una teoría en relación con la posibilidad de que el Distrito Federal estuviera habitado por dobles; que la mitad del país estuviera dispersa en la vasta geografía mexicana y la otra mitad, ya lo he dicho, en la ciudad capital.
Esta idea se consolidó en una de mis no muy frecuentes estancias en la ciudad de México. Yo iba acompañado de mi hermano, cuando me pareció ver a la distancia un amigo mío. Iba a saludarlo cuando me di cuenta que en realidad era una persona distinta, a pesar de su parecido. Como hecho aislado no le di mayor importancia, hasta que, más tarde, caminando cerca de Bellas Artes, nos encontramos a otra persona que se parecía a Gerardo, un amigo de la familia. Se lo hice ver a mi hermano y tras dudarlo un segundo, éste coincidió conmigo: era el vivo retrato del moreliano. Durante ese y otros viajes han sido muy frecuentes mis encuentros con conocidos de la ciudad en la que vivo: la señorita de la agencia de viajes a la que acudo con cierta frecuencia; compañeros de mi hermana con los que he convivido y de los que, como en el caso de mi hermano, ella ha aceptado su alto parecido.
Esta teoría también la he compartido con algunos amigos y con mi novia, a quien le señalaba la semejanza con personas a las que ella no conoce, pero de quien le he hablado: Juan González, Saúl Ortega y mi gran amigo, Enrique Frías. No se qué piensen al respecto pero sospecho que lo han tomado como un juego. Y no es para menos, yo mismo había aceptado esa serie de situaciones que por su frecuencia, lejos de sorprenderme, ahora me parecen comunes y las consideraba, repito, como un divertimento. Comunes hasta la semana pasada en que encontré a mi doble. La verdad, a pesar de tantas experiencias al respecto, nunca se me ocurrió la posibilidad de que hubiera una persona igual a mí y la hay.
Nos habíamos quedado de ver con mi hermano en la Zona Rosa a eso de las cinco de la tarde. Yo llegué un poco adelantado y para perder un poco de tiempo, entré a una tienda de discos. Anduve husmeando por los estantes de jazz y de rock un buen rato y como no había nada de mi interés, me pasé al área de películas buscando algo de Luis Buñuel. Para mi buena suerte, encontré “Los Olvidados” que estaba casi al ras del piso en un estante. Me agaché para tomarla. Me cercioré de las características del producto y me encaminé a la caja. Fue justo al rodear una estantería cuando lo tuve frente a mí. Nos miramos fijamente a los ojos, sumamente sorprendidos. Mi contraparte -no puedo decir mi doble, porque puede ser que, más bien, sea yo el doble de él- tiene, además del mismo tipo de pelo, el mismo peinado y usa bigote como yo; la impresión nos hizo arquear las cejas delgadas de la misma manera; sus rasgos físicos son tan idénticos a los míos que bien se pudiera pensar que estaba frente a un espejo, pero no: él estaba ahí con la misma estatura y complexión corporal; con el mismo lunar que yo tengo sobre el labio superior, del lado izquierdo; el mismo color de piel y de ojos; y creo que hasta la misma arruga que se me hace sobre el mentón al hablar.
Tan estaba ahí, que tras la conmoción y salidos ambos de la sorpresa preguntó con el timbre de voz igual al mío:
-¿Quién eres tú?
-Rafael -respondí secamente.
-¿Rafael qué? -insistió.
-Rafael Orozco..... ¿y tú?
-Gustavo, Gustavo Calderón. ¿En dónde vives?
-En Morelia, ¿y tú?
-Aquí....
Hubo una pausa que se me antoja fue eterna. Pausa en la que los dos nos recorrimos con la mirada de arriba a abajo y de abajo arriba, aún incrédulos. A nuestro entorno no se qué pasaba. Tal vez la gente nos miraba curiosa o quizá seguía ensimismada buscando algo para oír y ver. Esta vez fui yo quien tontamente rompió el silencio.
-Nos vemos -dije.
-Ándale, que te vaya bien -respondió.
Caminamos en direcciones diferentes pero nos volvimos a encontrar en la caja. Ahí, la chica del mostrador nos miró alternativamente, sorprendida, evidentemente comparándonos el uno al otro. Yo sólo esbocé una sonrisa y salí del lugar.
Esa noche no pude dormir. Me inquietaba saber que tengo un doble idéntico a mí sin que nos una parentesco alguno. Me reprochaba la torpeza con la que ambos nos dejamos ir sin preguntar siquiera un teléfono, una dirección, un algo para comunicarnos.
Tengo un doble y quisiera saber dónde está.