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Narrativa

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GENTE COMUN. Todavía ladran los perros en la ciudad
 

Jueves 20 de febrero de 2020.

UNO

Mariela esperaba desde hacía dos horas a Julián. Le había dicho que sólo iría por sus cosas antes de que su madre llegara y que regresaría por ella. El tiempo transcurría. Sentada en una piedra irregular, pensaba únicamente en la reacción de su madre cuando le anunció su embarazo: “Sólo a ti se te ocurre —le gritó sin reprimir su ira—. Abrir las patas es muy fácil, pero mira las consecuencias, pendeja. A ver que haces, pero yo no quiero una boca más para tragar. Anda... ve con doña Lucha pa’ que te lo saque antes de que se te note, estúpida... O, ¿qué crees? que tu “Juliancito” te va a responder... no te hagas ilusiones que está más jodido que tú y yo juntas”.

Recordar el reproche de su madre la entristeció. Miró la bolsa que contenía todas sus pertenencias y consultó la hora en su teléfono desvencijado. Empezaba a oscurecer y sintió miedo. La atemorizaba sentir el correr de los vehículos que transitaban sobre ella a través del puente; sus oídos atentos la alertaban cada vez que escuchaba un ruido cercano. Había visto un par de ratas que merodeaban sigilosas y tomó las piedras que a propósito había juntado como armas.

De pronto escuchó el crujir de las hierbas secas mientras se quebraban. Alguien se acercaba. Cuando el sonido estuvo más cerca deseó que fuera Julián, pero en su lugar apareció una perra con la ubre colgando casi hasta el suelo. Ante la presencia del animal, se quedó quieta. La perra avanzó lenta y erráticamente por un momento y cuando se percató de la presencia de la joven, se sorprendió mas no trató de huir. Sus miradas se cruzaron y por un momento Mariela y el animal permanecieron inmóviles. No fue necesaria la piedra, después de un momento la perra se fue por donde había llegado.

DOS

Pocos minutos bastaron a Julián para hacer su maleta, sin embargo, se entretuvo buscando el dinero que su madre tenía en algún lugar de la pequeña casa. Buscó entre las cazuelas, entre las macetas, en los botes de la cocina y nada; el viejo ropero se vio despojado poco a poco de sus prendas hasta quedar vacío y tampoco descubrió lo que Julián buscaba. Había hurgado en prácticamente todos los objetos de la casa y el dinero no aparecía, pero Julián sabía que lo que él le daba y el dinero que le pagan a su madre por los trabajos domésticos, estaba en algún sitio.

Se dio cuenta de que el tiempo estaba pasando y recordó a Mariela a las orillas de la ciudad. Desesperado, tomó un vaso y lo estrelló contra el piso. Las esquirlas volaron y una de ellas se incrustó en la mejilla izquierda de Julián. En el cuarto de baño, ante el espejo, retiró el vidrio de la herida y con una toalla limpió la sangre que empezaba a correr por su cuello.

El ruido de la puerta mientras se abría hizo maldecir a Julián. Salió del baño presuroso y se dirigió a su cuarto donde tenía sus cosas listas y hasta donde llegó su madre.

—¿Qué haces? —preguntó la mujer—.

—Nada —respondió Julián mientras tomaba las bolsas que servían de equipaje.

—Para hacer nada, no se necesitan maletas. ¿A dónde vas?

—No lo sé, sólo me voy.

—¿Y te vas solo o con la mocosa que tienes por novia?

—¡No es ninguna mocosa! —gritó Julián.

—¿Entonces qué es?

—Es una mujer....

—No me hagas reír, Julián —dijo mientras se quitaba los huaraches y se tendía sobre la cama—. “Esa” —agregó en tono despectivo— no es una mujer...

—¡Ya tiene dieciséis años! —argumentó Julián—.

—No seas tonto, hijo: dieciséis años y unas tetas no la hacen mujer.

Se hizo un silencio en el que el joven no supo que hacer.

—Va a tener un hijo mío —dijo por fin.

—¡Ah! Es eso —dijo la mujer mientras se levantaba y permanecía ahora sentada en la cama—. Y, ¿estás seguro que es tuyo?

—No empiece, madre. No me venga usté con chingaderas.

—¡Ya salió el hombre!, ¡chingaderas!... ¡bravo! Mi hijo ya es hombre: va a tener un chamaco y ya dice “chingaderas”. Igualito a su padre...

—¿Por qué siempre que me quiero ir saca a cuento a mi padre? No quiero hablar de él otra vez. No quiero saber cómo se llama, no me importa si es “güero” o “prieto”, no me interesa saber dónde está, si es asesino o cura, si la golpeaba como usté dice, o la acariciaba ¿lo entiende? Ya no me importa... Necesito dinero, madre —dijo después de una pausa.

—Pues trabaja...

—Usté sabe que trabajo —interrumpió Julián— y que le doy todo lo que gano. Quiero lo mío.

—Le llamas trabajo a hacer mandados en una pinche oficina de mierda...

—¡Sí! —vociferó el muchacho al tiempo que se acercaba a su madre—. Ese es mi trabajo y necesito mi dinero para mantener a mi mujer.

—“A mi mujer” —repitió ella en tono burlón—. ¿No te digo? Igualito a tu papá: creen que hacerle un chamaco a una mujer los hace dueños de ella...

—Pero hay una diferencia: yo no voy a abandonar a Mariela. ¿Me va a dar el dinero o no?

—Sólo si te quedas y me prometes...

—No prometo nada —sentenció el muchacho mientras tomaba sus cosas y salía de la vivienda.

TRES

“Ese tiene que ser Julián”, pensó Mariela al escuchar nuevamente el crujir de las hierbas secas que se quebraban por las pisadas. Los pasos se hicieron más patentes y de pronto apareció el joven abajo del puente. Detuvo la carrera y en la oscuridad sus pasos se tornaron lentos y precavidos.

—Mariela –murmuró Julián— ¿en dónde estás?

—Aquí, Julián. Te tardaste mucho.

Los resplandores de las luces de los vehículos sobre el puente iluminaban de cuando en cuando la escena. Una vez que estuvieron juntos se sentó al lado de ella y la abrazó tendiendo su mano sobre los hombros. Mariela sacó pan y dos botellas de yougurt, de una bolsa de supermercado. Comieron en silencio y así estuvieron media hora. En la oscuridad, un par de veces Julián pasó su mano sobre el vientre de la chica, quien acompañaba las caricias poniendo su mano sobre las del joven, entrelazando los dedos.

—¿Qué pasó?

—Nada, todo está bien. Me encontró mi mamá. Discutimos un poco, pero aquí estoy. ¿Tú estás lista?

—Sí. ¿A dónde vamos?

—Para adelante.

Julián tomó las cosas de ambos y se las terció sobre la espalda. Ayudó a Mariela a levantarse y empezaron a caminar junto a la carretera. Atrás, en la ciudad, quedaba la gente, los perros, sus madres y sus recuerdos.

© 2019 Rafael Orozco Flores. Creado con Wix.com

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