Narrativa

GENTE COMUN. Los Juanes.
Jueves 9 de abril de 2020.
El hecho de que al ingeniero no le gusten los Juanes nunca me había importado en más de diez años que he trabajado con él, total yo no me llamo así. Pero ahora es distinto, el compadre me ha pedido que le ayude a que le den trabajo a su hijo en la obra. Cuando me lo pidió, yo pensé que se trataba de Pedro, el ahijado, pero no, era Juan al que habían despedido desde hacía un par de meses.
Para el ingeniero es muy importante el nombre de cada persona porque influyen en su modo de ser y su actitud ante el trabajo. Quién sabe cuáles serán lo atributos que tienen los Augustos, como se llama él, pero no quiere a los que se llaman Juan. Cuando llega un Francisco o un Horacio a pedir empleo, se pone de contento porque “ellos sí rinden”, asegura, pero los Juanes: no. Él está convencido que todos los que se llaman así son, entre otras cosas, flojos, mentirosos, malhechos, sin iniciativa y torpes.
Eso se lo expliqué al compadre que desde luego no entendió la razón, como en verdad no la hay. Me pidió que le hiciera la lucha, que hablara con él y que le dijera que su hijo no es así, que su Juan sabe trabajar y que es cumplidor como un Francisco o como otros del montón. “Es que no entiende razones, compadre, he visto por años cómo le niega cualquier posibilidad a las personas sólo por llamarse Juan, aunque esté necesitado de obreros”, le comenté para que entendiera lo difícil de la situación.
—Mira, compadre —me dijo en aquella ocasión antes de despedirnos—, hay dos cosas: la primera es que en la obra necesitan trabajadores y, la segunda, es que mi Juan necesita trabajar. La trabazón está en el ingeniero, pero eso tiene solución si mi hijo se cambia de nombre, ¿no es verdad?
Pensé un momento en su lógica y acepté que en efecto, si otro fuera el nombre de su hijo tendría muchas posibilidades de que le dieran el empleo, pero también tuve que decirle que no era tan fácil si pretendía que pasara con otro nombre, en virtud de su documentación para el seguro, la nómina y todo lo administrativo.
—Chingao —explotó—, si no está pidiendo ser presidente de la compañía sino un pinche “macuarro”. ¡No jodan!
Volví sobre lo andado pero al final me convenció. A disgusto acepté intentar que Juan pasara por Pedro.
Al otro día el muchacho se presentó en la obra muy temprano con los documentos del hermano. Le pregunté si su padre le había explicado todo y si comprendía cómo debería actuar. Aseguró que no le importaba pasar por su hermano y que como nadie lo conocía ahí, sería muy fácil acostumbrarse a que lo llamaran con un nombre distinto al suyo.
El ingeniero llegó al poco rato. Me pidió que lo acompañara al recorrido por la obra, como todos los días, y en el camino busqué la oportunidad de plantearle el asunto. En lo que sería el cuarto piso del edificio nos encontramos a uno de los supervisores de la obra, quien le hizo ver los retrasos que llevábamos. Al reanudar el recorrido tendí el anzuelo.
—Ahí le traigo un candidato, ingeniero, hay un muchacho que quiere chamba —le dije mientras revisaba la cimbra de ese nivel.
—No se llama Juan, ¿verdad?
—No, ingeniero —dije con naturalidad—, se llama Pedro y es hijo de un comadre mío.
—Bueno, ahorita lo vemos.
Media hora más ocupamos en recorre el resto del edificio en construcción. Mientras abría su oficina miró al muchacho y me preguntó que si era él, a lo que desde luego respondí afirmativamente. Nos hizo pasar y fue breve en la entrevista.
—¿Cómo te llamas, muchacho?
—Pedro —dijo apresuradamente y le extendió una bolsa de plástico—, ahí están mis papeles.
El ingeniero sacó los documentos de la bolsa y los revisó escrupulosamente.
—¿Seguro que te llamas Pedro? —insistió.
Ante la pregunta el muchacho me miró y eso bastó para que los nervios me tensaran. Hasta ese momento entendí que estaba arriesgando mi trabajo.
—Sí, señor, así me llamo.
—Busca al ingeniero Fernández y que te ponga a trabajar, que es una orden mía —le dijo al muchacho después de un breve silencio en que alternaba su mirada entre los documentos y “Pedro”
Juan salió de la oficina. El ingeniero me dio indicaciones para la jornada y al salir el “sólo porque tú lo recomiendas lo acepto, pero me da mala la espina”, me hizo estremecer.
Noté su desconfianza en los días siguientes. Durante los recorridos miraba fijamente al muchacho mientras trabajaba y examinaba todo lo que hacía. En varias ocasiones cuando estaba cerca de aquél gritan “¡Juan!” y valoraba sus reacciones. Nunca el muchacho respondió a esos llamados, para todos era Pedro.
Pero hoy por la mañana el ingeniero me llamó a través del Whatsapp. Acudí a su oficina y me sorprendió que estuviera en la sala de espera el hijo de mi compadre. Temí algo malo. Entré a la oficina solo y me pidió que me sentara. Primero anduvo con rodeos y después de un rato fue directamente al caso de Juan.
—Siempre he tenido desconfianza de este muchacho. Desde que lo vi mientras me esperaba el día que vino contigo, sentí algo raro, que algo andaba mal. No lo hubiera contratado si no es porque tú lo trajiste y por eso te he mandado llamar. Todos como tú saben que... —hizo una pausa en la que movió la mano como buscando una palabra en el aire—, vamos, para acabar pronto, que me cagan los Juanes. Aunque sus papeles dicen que se llama Pedro, se comporta como un Juan; no trabaja bien, como los Juanes; casi podría decir que “huele a Juan”; total, para mi es Juan y no lo quiero en mi obra.