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Seamos serios, señor presidente
Lunes 20 de enero de 2020.
Seamos serios, señor presidente
Originalmente este escrito debería identificarse con el nombre de “Yo también quiero un monumento”, en razón de la propuesta del presidente de hacerles un monumento a los miembros de la familia LeBarón, asesinados en Sonora-Chihuahua.
La idea no es novedosa, pues me trajo a la memoria un artículo publicado en el semanario PROCESO, hace años, cuando el gobierno de un estado de la república levantó un monumento a quien se tenía como sempiterno líder de la CTM, Fidel Velázquez. El artículo de referencia (no recuerdo el nombre del autor) ponía en duda los méritos del líder obrero, como para inmortalizarlo en una estatua de bronce y hacía, sarcásticamente, una valoración de que era más meritorio: ser líder o ser doctor, que salva vidas y más aún, por qué no, se si hacía un monumento al doctor, por qué no a sus pacientes, que eran el motivo de su grandeza. Terminaba su “reflexión” diciendo que, como pueblo organizado, el proyecto de inmortalizar personas, tenía que ser general y universal, pero que sería difícil que millones de mexicanos convivieran cotidianamente con sus millones de réplicas estatuarias.
Entonces, construir un monumento a los miembros de la familia LeBarón, sería un acto de injusticia plena, pues habría que hacer la escultura a cada uno de los 30 mil muertos que van en la presente administración, víctimas de la violencia. La injusticia sería plena, insisto en ello, pues sería, desde otro punto de vista, un monumento a los delincuentes que masacraron a los LeBarón. El asunto toma otras proporciones cuando en la mañanera se anuncia que el gobierno ha comprado un terreno para levantar un memorial a las víctimas de la explosión en Tlahuelilpan, que además de ser un monumento a la incapacidad de Pemex (o a quien correspondiera la vigilancia de los ductos) sería a las víctimas de un acto ilegal (para muchos las víctimas eran delincuentes). Siguiendo la lógica, tendríamos, como sociedad, que hacer memoriales aquí, allá y acullá.
Un pelito más al tigre es la propuesta de rifar el avión presidencial. Si me había parecido, a mí, una tontería eso de que Trum se llevara el avión y lo pagara en especie, más me lo parece que lo quiera rifar. Seamos serios, señor presidente. Si sus propuestas son serias, no tiene los alcances para ejercer el cargo; su visión de la administración de un país es pequeña y lo reduce (se reduce) a marchante de mercado y a un irreflexivo que no conoce el alcance de sus palabras y acciones.
Eso si sus propuestas son serias.
Si no lo son, es más grave el asunto, pues estaríamos hablando de perversidad en el ejercicio del mandato constitucional. Expresiones polémicas como las que suele hacer en sus conferencias de la mañana, tendrían un fin avieso. ¿Tiene el presidente de un país, necesidad de crear “cortinas de humo”? No. No si es democrático, ético y moral (para usar uno de sus términos frecuentes). Las cortinas están concebidas para cubrir, esa es su esencia: tapar de la vista del público algo que se quiere ocultar. En el teatro, las cortinas (el telón) impiden ver el escenario hasta que la acción empieza, pero las cortinas de humo, que son meros distractores, cubren y, eso, distraen al público/ciudadano de algo que no conviene a quien ejerce un cargo de poder.
Seamos serios, señor presidente. Tenemos el andamiaje jurídico para que usted, en efecto, pase a la historia patria, no como el mejor presidente (también en eso seamos serios), pero sí como aquel que supo aprovechar un amplio respaldo popular expresado en las urnas y que sentó las bases para que en nuestra nación se vaya construyendo la superestructura capaz de, verdaderamente, hacer una transformación (dejemos de calificarla como 4ª.) que habrán de continuar las generaciones posteriores a la suya y la mía.